En un domingo de esos en los que
empieza a hacer fresquito por las mañanas, las calles del centro más variopinto
y añejo de Madrid se encontraban prácticamente desiertas. La plaza de Tirso de
Molina empezaba a llenarse de olor a flores en medio de la nada y el sol,
desperezado ya, había abierto sus ojos y empezaba a abrazar los adoquines de
las aceras. En una paralela, la gente se agolpaba entre voces gritando precios
y productos de calidad variada. Mientras el rastro entraba en ebullición y un
muchacho andaba por las calles colindantes, uno no sabía si era mejor estar
sólo rodeado de gente o con Soledad. Al final tornó la decisión en función de
lo segundo. En una travesía que era exactamente igual a las tres anteriores,
abrió la puerta del portal del número 10 y, una vez entró, miró para arriba. Paz
y calor. Decidió echar una foto.
Llevaba evitando el momento mucho tiempo, pero era como si la voz de
Larado Romo más que cantarle al oído le estuviera invitando al
sincericidio. Ya le ha...
Hace 7 años
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